4.4. Bioética y revolución
biotecnológica
La Bioética se la puede considerar
surgida como en un intento por profundizar en la necesaria búsqueda de la verdad,
de todo aquello relacionado con el bien integral del paciente, es decir con las
esferas psicológicas, biológicas y social de éste y así posibilitar la
potenciación y expresión, con la mayorfuerza posible
de todos los elementos de la persona.
La Bioética toma y considera al ser
humano en su relación estrecha con sus factores ambientales, como
naturaleza, cultura, religión, política y
sociedad, entre otros. Su campo es mucho más amplio y, sobre todo más interdisciplinario
que el de la ética biomédica, la cual se circunscribe más a los temas
relacionados con los pacientes y el personal de
la salud que
los atiende.1
La Bioética no es sólo un código
de derechos y obligaciones,
sino una imprescindible herramienta que posibilita la ayuda a nuestros
semejantes a realizarse a plenitud como personas, sobre la base de las leyes que
rigen el movimiento y
desarrollo de las ciencias de la salud, que guíen a la persona y la conduzcan
al enfrentamiento de la posibilidad técnica con la licitura ética.8
En el horizonte bioético la
regulación en virtud de las prescripciones interdisciplinarias del comportamiento racionable
y humano en lo concerniente ala
investigación, a las terapéuticas y a las aplicaciones de las
biotecnologías, es la norma. En él se va mucho más allá del conjunto de normas jurídicas
que ordenan a los ciudadanos y a la sociedad y, más allá aún de todas aquellas
deontologías que definen, en su esencia, los principios y
normas de la buena conducta entre
los médicos y los pacientes.8
La bioética, en un sentido operativo, se presenta como un laboratorio experimental de la ética en el campo de la vida y por lo tanto comprende una metabioética racional de principios y una bioética normativa, dirigida específicamente hacia la praxis. En ella la racionalidad científica encuentra su debido lugar en nombre de la objetividad al tiempo que la sugestividad, la tradición, la moral y los sentimientos resultan, por si solos incapaces de fundamentarla y, mucho menos, establecerlas.1
El avance tecnológico y científico
de nuestros tiempos, sin lugar a dudas, le ha proporcionado al ser humano la
posibilidad de intervenir sobre otros seres y sobre su medio, lo cual ha
producido modificaciones esenciales, profundas y de un efecto aún no conocido
hasta el presente en el
campo científico y en el momento
actual, de gran expansión tecnológica, no se puede preveer cuáles serán los
limites de esas modificaciones; de aquí, que desde la introducción de
la tecnología en la asistencia médica, en sentido general, se haya determinado
el surgimiento de numerosos problemasjurídicos,
éticos, morales y sociales que estimularon, en su momento, la creación de
Comités de Etica interdisciplinarios encargados de introducir y hacer cumplir
principios de moderación y de prudencia en indicaciones éticas, en lugar de las
morales juzgadas anticuadas; es decir, se convirtieron en motores impulsores
del desarrollo, indetenible, de la bioética.9
En una ocasión Mc Farlane Burnet,
premio Nobel de medicina en 1952 expresó: "El propósito de
la medicina en el más amplio
de los sentidos,
es proporcionar a cada ser humano, desde el momento de su concesión hasta
su muerte,
salud, en toda su magnitud y la expectativa de vida que le permitan su constitución genética y
los accidentes implicados
en el vivir" 10 y en consecuencia con este magnifico planteamiento la
Bioética ha de hacer lo posible por respetar escrupulosamente y, al mismo
tiempo, la autonomía, la beneficencia y la justiciadel individuo.
Está obligada a ello aunque en la práctica resulte muy difícil y a veces
rigurosamente imposible. Ella obliga a extremar las precauciones y fundamentar
del modo más estricto los posibles criterios de decisión con independencia de
la urgencia de los problemas concretos y cotidianos.
En el surgimiento y desarrollo de la
bioética están presentes, vigentes y palpitantes todas aquellas cuestiones que
son tan graves como para que intervengan en la definición y duración de la vida
de los individuos y las sociedades,
como sucede con frecuencia en medicina; entonces, más que nunca antes es
preciso aguzar la racionalidad al máximo y dedicar todo el tiempo necesario a
los problemas de fundamentación.
En el devenir de los muchos siglos
en que prevaleció la filosofía griega
del orden natural, que pronto cristianizaron los teólogos, la entonces llamadaética médica la
hicieron los moralistas y la aplicaron, en definitiva, los confesores. En estos
tiempos, al médico se le suministraba todo hecho pidiéndole o exigiéndole que
simple y llanamente lo cumpliera, así mismo tampoco se comprendía muy bien que
los casos concretos, de esencia definida, pudieran ser la causa o
provocar conflictos graves,
sustantivos, ya que una vez establecidos los denominados principios generales,
de carácter inmutable,
lo único que podían cambiar eran las circunstancias; dicho con
otras palabras: a lo largo de todos
esos siglos de regencia filosófica griega no existió una verdadera ética médica,
si por ella entendemos la moral autónoma de los médicos y los enfermos; existió
otra cosa, la concesión aristotélica principista heteronómica, que muy bien
pudiera denominarse ética de la medicina. Todo esto explica porqué los médicos
no han sido por lo general ni muy duchos y, mucho menos competentes, en
cuestiones de ética, la cual quedó reducida a una actividad propia del ámbito
de los ascético y de etiqueta. 11
En la actualidad el panorama que se
percibe es muy diferente al descrito. Estamos inmersos en una sociedad en que
todos sus miembros integrantes son, mientras no se compruebe lo contrario,
agentes morales autónomos, con criterios bastantes diferentes sobre que es lo
bueno y lo que es
malo, con una relación médica que,
por tratarse de una relación interpersonal, puede ser no ya accidentalmente
conflictiva, sino esencialmente de esa naturaleza.1
Así mismo, el conflicto sube
de grado y se profundiza si se toma en consideración que en la relación
sanitaria pueden intervenir, además del médico y el paciente, la enfermera,
la dirección de
la unidad asistencial de que se trate, la seguridad social, la familia,
autoridades competentes, entre otros factores. Todos estos agentes de la
relación médico-paciente pueden reducirse al final a tres: el médico, el
enfermo y la sociedad, cada uno de ellos con una significación moral
específica. Así el enfermo actúa guiado por el principio moral de autonomía; el
médico, por el de beneficencia y la sociedad por el de justicia. De forma
natural, la familia se
proyecta en relación al enfermo por el principio de beneficencia y en este
sentido actúa desde el punto de vista moral, de una forma muy parecida a la del
médico, en tanto que la dirección de la unidad asistencial, los gestores
del seguro de
enfermedad (de existir éste) y las autoridades competentes, tendrán que mirar y
preocuparse, sobre todo, por salvaguardar el principio de justicia. Esto pone
en evidencia, de manera irrefutable, que en la relación médico-enfermo están
siempre presente, interactuando entre sí, si se quiere de forma dialéctica y
necesaria, esas tres dimensiones: la de autonomía, beneficencia y justicia, y
que es bueno que así sea 1,4. Así las cosas, si el médico y la familia se
pasarán o intercambiaran con armas y bagajes de la beneficencia a la justicia,
sin lugar a dudas la relación sanitaria sufriría de modo irremisible, como
sucedería también si el enfermo renunciara a actuar como sujeto moral autónomo.
Una vez más: los tres factores son esenciales, lo cual no significa que siempre
hayan de resultar complementarios entre sí, pudiendo en ocasiones resultar
conflictivos; por ejemplo no siempre es posible respetar por completo la
autonomía sin que sufra la beneficencia y respetar esta sin que se resienta la
justicia. Esto pone en evidencia la necesidad
de tener siempre presente los tres
principios ponderados de manera adecuada en cada situación concreta.4,11-13
En este principio se toma en
consideración, por lo menos, dos vertientes ético-morales fundamentales: 14
1. El respeto por la autonomía del
individuo, que se sustenta, esencialmente, en el respeto de la capacidad que
tienen las personas para su autodeterminación en relación con las determinadas
opciones individuales de que disponen.
2. Protección de los individuos con
deficiencias o disminución de su autonomía en el que se plantea y exige que
todas aquellas personas que sean vulnerables o dependientes resulten
debidamente protegidas contra cualquier intención de daño o
abuso por otras partes.
La aparición y puesta en práctica
del principio de autonomía ha influido profundamente en el desarrollo de la
bioética, tanto desde el punto de vista sociopolítico como legal y moral. El
mismo a cambiado indiscutiblemente el centro de la toma de decisiones del
médico al paciente y a su vez a reorientado la relación del médico con el
enfermo hacia un acto mucho más abierto y más profundamente franco, en el que
se respeta y toma como centro de referencia la dignidad del
paciente como persona.4,15 En la actualidad se plantea que el auge del
principio de la autonomía en la práctica biomédica ha protegido a los enfermos
contra las flagrantes violaciones de su autonomía e integridad que en el
pasado, por simples razones éticas eran tan ampliamente aceptadas como
permisibles.
No obstante, lo planteado el
principio bioético de autonomía, como es de suponer, no resulta lo
suficientemente fuerte, no basta para garantizar el respeto a las personas en
las transacciones y hechos médicos en los cuales éstas puedan verse
involucradas con todos los matices y significados que ello entraña. Al respecto
del fundamento de las relaciones médicas, el concepto de
integridad es más rico y fundamental. El mismo está más estrechamente ligado a
lo que significa esencialmente el ser humano completo en sus aspecto
psicológicos, biológicos y espiritual. Este concepto resulta más exigente y
difícil de captar en un contexto legal o en lo relativo a los llamados procedimientos de
consentimiento informado. En definitiva la autonomía depende de la preservación
de la integridad de las personas, y tanto una como la otra dependen de
la integridad del médico, pudiéndose
asegurar que la integridad sin conocimiento es débil e inútil y el
conocimiento sin integridad es peligroso y temible.